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Los años infantiles de Carmina serán los normales en una niña normal, al abrigo de una familia y hogar cristianos. ¡Qué felices eran esta maravillosa familia numerosa!. Aunque residen en Madrid, la familia Molleda pasaba algunas temporadas en León, donde disfrutaban del campo y sus vecinos.

Al ser la más pequeña, los mimos se centran mucho más en ella hasta el punto que su hermano mayor Mariano, la llamaría cariñosamente “Mimo”. En una de estas vacaciones en tierras Leonesas, la pronta muerte del padre, hará que Mariano haga de tutor con Carmina que contaba con solo siete años. Doña Encarnación será ahora el ejemplo de concordia y la guía familiar.

No podemos dejar pasar un día tan memorable y feliz para Carmina como fue el 30 de mayo de 1909: vestida de blanco como un copito de nieve, se acerca este ángel al Santo Altar, para recibir por primera vez a Jesús-Eucaristía, a la Hostia blanca y pura que desde hoy, aunque inconscientemente, prenderá en el corazón inocente de la pequeña Carmina ese amor ardiente y extraordinario hacia la blanca Eucaristía, obsesión abrasada de toda su vida.

Carmina fue creciendo, en ella se despertó una niña con mucha vivacidad, con facilidad para dialogar y también para preguntar, características que a veces Doña Encarnación tenía que poner freno.

Fue una niña muy aplicada en sus estudios, sin ser la sabelotodo y antipática fue ganando diplomas, premios y bandas, que eran un estímulo para las colegialas que eran buenas alumnas. Comienza sus estudios bajo el cuidado amoroso y maternal de las Religiosas de los Sagrados Corazones, que estaban situadas en la céntrica calle Fuencarral de Madrid. Una anécdota cuenta, que estando Carmina en el patio del recreo, teniendo todas la prohibición de hablar castellano, para así familiarizarse más con la lengua francesa, se le escapó una palabra es español, siendo denunciada por otra compañera a la religiosa correspondiente. Le retiraron una de las bandas conseguidas y Carmina muy disgustada con el resto de alumnas a su favor, consiguió de nuevo su querida insignia.

Doña Encarnación tuvo interés en que Carmina también iniciase formación musical. Clases recibidas en el colegio más las de una profesora particular, le parecían demasiada música a Carmina que más tarde se agotaría de aquello, no sin arrepentirse años después cuando siendo carmelita, echaría de menos la ocasión poco aprovechada cuando le fue encomendada el oficio de organista, que sin amilanarse, conseguiría la encomienda y hasta iniciar el manejo del violín. El amor patrio le inspiró un vibrante himno en 1936, expresión de su fervor por España cuyas partituras permanecen en la casa Madre de Ávila.

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