Carmina fue creciendo hasta llegar a ser una joven en edad casadera, que es, como se les decía antes a las mozas que tenían edad de contraer matrimonio y formar una familia. En la vida de Carmina apareció un muchacho asturiano, un estudiante de arquitectura que se llamaba Antonio Gandolfi y con el que comenzó a pensar en planes de formar un futuro hogar.
Pero no fue hasta muchos años más tarde, cuando estaba segura de que los caminos recorridos en su vida eran los providencialmente trazados por Dios para ella, y estaba decidida e ilusionada de construir con Antonio una familia.
Los planes de Dios eran otros, no coincidían con los de Carmina, pues una enfermedad repentina, una tuberculosis con un proceso muy rápido se llevaba al joven Asturiano de los brazos de su amada. A pesar de que no dejaban entrar en la habitación a Carmina por el peligro de contagio, esta, acompañó todo lo que pudo a Antonio en sus últimos días en la aceptación de su muerte con oraciones y frecuentando los Sacramentos.
Llegó el inevitable trágico día para Carmina y la familia de Antonio, un 2 de octubre del 1918 fallecía el joven, abriéndose un capítulo nuevo en la vida de nuestra protagonista.
Dos años le hicieron falta a Carmina volviéndose más reflexiva, para comprender las disposiciones de Dios, que por ser dolorosas no dejan de ser providenciales, pero ella seguía con el corazón dolorido muy desanimada por el peso de la ausencia. Un mes de marzo de 1920, una Dama Catequista conocida de nuestra apesadumbrada Carmina, le ofrece la oportunidad de pasar unos días de Ejercicios Espirituales aceptando y realizando los mismos en la Cuaresma del mismo año. ¡Qué grandes fueron aquellos días para ella! ¡Pues sentía la voz de Dios sin el obstáculo de un amor de carne y hueso!
Ella era muy consciente de la importancia que para su vida podrían tener aquellos días de retiro, no iba por compromiso sino con el deseo ferviente de aprovecharlos al máximo, pues en aquellos días se le planteaba el sí o el no de su vida al Señor.
“Fueron aquellos Ejercicios, a los que , cierto, fui en busca de verdad, con sincero anhelo, una inundación de luz, de gracia, de amor”.
Fue preciso buscar ayuda de quien pudiera orientar en el discernimiento del espíritu que movía. El mismo director de los Ejercicios, Padre Castro, jesuita, escuchó los deseos, las dudas, los temores y voluntad de Carmina en hacer “la mayor ofrenda de estima” que entendiera ser gloria de Dios. Este Padre, no dudó en aconsejar la búsqueda del camino de la vida religiosa, incluso allí mismo, junto a las Damas Catequistas, tenía la posibilidad de ingresar si se lo solicitaba a la Madre Superiora. De haber sido así, la habrían aceptado inmediatamente pero la Madre Superiora ponía calma, Carmina era aún menor de edad y necesitaba el consentimiento de su tutor, además de madurar la determinación y comprobar que no era solo un entusiasmo pasajero.
Nuestra joven, regresó a casa después de aquellos días de Ejercicios en los que cambió por dentro, las compañeras en aquellos días decían de ella que no era común ver tanta intensidad en el recogimiento y tanta prolongación en la oración. La probable llamada a la vida religiosa se fraguaba.