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Treinta de marzo de 1932: regreso a casa. Atrás queda Francia; al frente está España, y en el extremo meridional, Granada. Allí se abren de nuevo las puertas del Carmelo dejado con presura casi un año antes. Al palomarcico teresiano vuelven las palomas dispersadas por la tormenta. María de Dios viene con el peso de sus meses doloridos, meses de Nogent, junto a París. Le es lícito buscar paz en la comprensión fraterna, que sabe sobreponerse a diferencias personales. Si la esperanza no se cumpliera, sería más agudo el dolor.

El quebranto de su salud le traerá de nuevo la necesidad de dejar la clausura temporalmente, en el inmediato agosto. Cinco meses de atención médica y de cuidados familiares interrumpen el noviciado, que no lleva camino de verse cumplido.

Hay dolor, mas no protesta en la novicia por el cúmulo de dificultades. Todo se hace camino para el amor. Dios tiene infinitos modos de llegar a los corazones y mil formas distintas para hacerlos entrar en la senda única valedera del amor. María de Dios ha acentuado en su vida ascética las penitencia duras, como expresión y fomento del ardor de su caridad. Mas la experiencia repetida de su salud quebradiza va a convencerla de que las complacencias divinas son otras.

En esta etapa difícil, nuestra esforzada protagonista encuentra en influjo benéfico de Santa Teresa del Niño Jesús. La amistad de María de Dios con Santa Teresa de Lisieux quedará afianzada para siempre. A partir de esta etapa en el carmelo granadino, la Santa será su maestra espiritual. La lectura de sus escritos se hace asidua; la espiritualidad enseñada en ellos será fuente abundante para nuestra carmelita. Entiende en ellos que Dios mismo le brinda el camino recorrido por la Santa. Acogerlo con gozo le es fácil, pues responde a sus más radicales deseos. En adelante, su espiritualidad se desarrollará con las características de la “infancia espiritual” vivida por la Santa de Lisieux. También María de Dios de siente impulsada a la confianza total en el amor misericordioso de Dios; siendo consciente de su pequeñez, necesitaba los brazos protectores de Dios; a impregnar de amor de Dios cada instante y cada acción del día; a santificar el momento presente, sin turbarse por el pasado ni por el futuro; a la aceptación serena de sí misma y de los acontecimientos de cada día, puestos los ojos en Dios; a vivir su vocación de amor.

La espiritualidad de Santa Teresa del Niño Jesús marca profundamente a nuestra querida protagonista. En sus escritos hay frecuentes alusiones a la Santa, en reconocimiento del beneficio recibido de ella. A sus hijas espirituales les trasmitirá esta herencia de devoción teresiana: amor sencillez, humildad, confianza, sentido eclesial…

“Mi sed de amor, aun ahora que siento la pequeñez de mis fuerzas, me inclinaría a los extremos que hice en otro tiempo de mi vida; pero yo siento que no es eso lo que quieres Tú de mí; me quieres toda sencillez y toda amor, y mis grandes ansias de amor las sacrifico al mismo amor…”.

Con la compañía espiritual de Santa Teresa del Niño Jesús recorrió María de Dios el tiempo de su noviciado carmelitano. Se disponía a coronarlo el día de Nuestra Señora del Carmen de 1933 con la profesión temporal en su Orden, mas quedó pospuesta la fecha hasta otra fiesta mariana, la de la Merced, el 24 de septiembre. En el retraso ve la novicia una providencia divina, al coincidir la fecha señalada con la misma once años antes, de llegada al Noviciado de las Damas Catequistas, en Loyola.

Continuará…

CHARITAS

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