Carmina regresa a León, el lugar no ha cambiado nada, allí puede encontrar las mismas amistades de siempre y las mismas rutinas. Pero ella si había cambiado e inicia una nueva vida para el tiempo que tuviera que estar allí, pues sería más largo de lo que ella esperaba. Ansiaba ingresar lo antes posible en las Damas Catequistas, pero su hermano mayor Mariano que hacía de tutor, no da su consentimiento para que la joven parta. No podía creer como una muchacha con aspiraciones cinematográficas diera un cambio tan radical. La respuesta fue rotunda: “Mientras Carmina sea menor de edad no tendrá permiso para ser religiosa, cuando llegasen los veintitrés años ella podría tomar la decisión que ella quisiera”. Sí, a los veintitrés años era la edad adulta.
Había que esperar dos años y medio, un plazo demasiado largo, ella de madrugada buscaba las primeras misas en los Capuchinos de León, comunión y largas horas de oración acompañaban e iluminaban sus días, mientras, ignorantes sus familiares y allegados pensaban que “esta locura” se desvanecería pronto.
Un tiempo después, junto a la complicidad de dos Damas Catequistas que pasaban con el tren por la ciudad, Carmina y su prima Matilde acuden a la estación del ferrocarril a saludar a las monjas. Como ellas no podían bajar del tren, Carmina sube hasta ellas hasta que éste se pone de nuevo en marcha. Matilde asustada desde el andén, ve asomar la cabeza de su prima por la ventanilla que grita: “¡Di a mis hermanos que me voy al Noviciado!”.
De poco le sirvió esta estrategia a nuestra fugitiva protagonista, su hermano Mariano envía un urgente telegrama hasta Loyola, la Madre Superiora de las Damas Catequistas no tiene opción y manda a Carmina de nuevo hasta su casa familiar.
Fueron intensos aquellos dos años entre 1920 y 1921, la línea progresiva de la búsqueda de Dios nunca se rompería, todo lo contrario, se arraigaría con más fuerza en Carmina. (Continuará)