Carmina regresó de su corta aventura en Loyola, y acordó con su hermano que cuando alcanzase la mayoría de edad, entonces, facilitaría el cumplimiento de sus deseos de ser monja. Todavía quedaban dos años para aquello, pero Carmina vivía desde ya el espíritu religioso anhelado para su futuro. La adolescente debía perseverar en el camino que había iniciado, y durante aquellos dos años, 1920 y 1921, programa su vida no como relleno mientras espera, sino como etapa inicial de su futura vida religiosa.
Este lapso de tiempo marcará la ruta que esta joven correrá a lo largo de sus años posteriores, hasta el fin de sus días. Nada importará que la vida traiga luego vicisitudes que se traducirán en cambios externos, incluso muy dolorosos, porque la línea progresiva de búsqueda de Dios nunca se quebrará.
Comunicación con Dios, devoción a la Santísima Virgen, sentido de Iglesia; y siempre por caminos de humildad, de silencio, de pobreza suma, de mortificación extrema, y sobre todo, por caminos y con la fuerza de su amor al Amor.
Esta palabra “amor”, es la más abundante, la incansablemente repetida en sus notas íntimas, en la expresión de sus vivencias, en las exhortaciones a sus hijas, hasta morir.
“Amar, amar, y hacer amar; siempre más, hasta morir de amor.”
Morir por amor, es reconocer el rostro de Jesús en el prójimo y desde allí amarlo hasta dar la vida. Solo existimos cuando amamos. El amor es el auténtico destino de la vida humana y cristiana.