La hermana Molleda comienza una nueva etapa, hasta la puerta del monasterio la ha acompañado la Madre Valenzuela, Dama Catequista, con quien disfrutó de una fácil comunicación espiritual años atrás. Con un afectuoso abrazo se despiden, dejando paso al silencio tras las puertas de la clausura.
Es común pensar, que este tipo de Vida Consagrada tras una reja, va a ser sinónimo de vida limitada. Para María de Dios fue encontrar la paz sosegada, donde le facilitaría la entrada a lo divíno, sin que las fronteras mundanas limitase su vuelo. El Carmelo está ya a su alcance.
Las primeras impresiones conviviendo con las carmelitas quedaron reflejadas en sus notas, existía una gran admiración hacia ellas, y, como reflejo, conciencia de su propia pequeñez:
“Vivo rodeada de ángeles y gozo de sentir mi poquedad y mi nada…, mi pobreza…, al lado de estas almas.”
Su vida carmelitana se inicia formalmente con la vestición del “Santo Hábito”. Por su condición de religiosa profesa, es dispensada del período previo del Postulantado.
A finales de enero, dedíca unos días al retiro espiritual, con el fin de preparase para dicho acto el 6 de febrero.
No pasaron muchos días y María de Dios experimenta la presencia continuada de la cruz en su vida. No sólo acepta como inevitable el proceso, sino que entiende su necesidad de horas de sombra, sufrimiento e inquietud, alabando a Dios.
“…Hay horas en que en las más pequeñas cosas, en todo, encuentro dificultad y hastío… Yo veo tu mano paternal que me acrisola; lo necesito, y gozo en que esta labor se realice secretamente y que nadie sospeche lo que a veces padezco. Gracias, Jesús mío, porque me concedes la gracia tan deseada de la santa alegría…”
Muy sincera en su determinación de mostrar alegría “en toda su cruz”, atribuye todos sus éxitos conseguidos, al auxílio pedido y obtenido de la Santísima Virgen:
“Mi Madre Santísima me concedió la gracia deseada. Nadie puede imaginar un día de martírio, pues Ella me ha dado la gracia de derrochar alegría en la recreación de la noche.”
Vendrán días de paz y de dolor, pero jamás se permitirá reflejar las penas en su semblante, y mucho menos que la tristeza invadiera su interior. En horas de agobio, brotaron de su pluma canciones de invitación a la alegría.
Ese mismo año, 1931, se desató un huracán en España que causaría daños irreparables, la intolerancia y la violencia se instalaron en el país, que lo harían arder. Fueron tiempos de incertidumbre, pero siempre con su amadísimo Esposo en lo más profundo de su corazón. Continuará…