De rodillas una vez más me postro ante Ti, me dispongo para nuestro encuentro diario que no rutinario, reconociendo tu grandeza como verdadero Hijo de Dios hecho hombre. Es nuestro momento de intimidad y confianza, donde también te pido perdón por mis faltas, rezo por familiares y amigos, por mis hermanas de comunidad, personas mayores, enfermos, necesitados, por el Santo Padre, sacerdotes…
Se que mis intenciones y necesidades son escuchadas…
Gracias Señor por este oasis de calma que me regalas, que es agua para el sediento, y zapatos para el descalzo que atraviesa el desierto. Os amo con todo mi corazón, porque sois la Bondad infinita.
Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo.
Gracias, Jesús mío, por la dulzura con la que me habéis recibido y permitido gozar de vuestra presencia y compañía amorosas. Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros.
Te doy gracias Señor Padre Santo, Dios Todopoderoso y eterno porque aunque soy un siervo pecador y sin mérito alguno, has querido alimentarme misericordiosamente con el cuerpo y la sangre de tu hijo Nuestro Señor Jesucristo.
¡Qué felicidad me invade cada vez que pienso, que tengo esta oportunidad para encontrarnos! ¡Salir a tu encuentro! ¡Recurrir a ti! Fundirnos…
“En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día”. (Del santo Evangelio según san Juan 6, 35-40).