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Es anunciar el reino de Dios por todo el mundo, ser misioneras con el amor de Dios en Cristo. Todos los cristianos por vocación cristiana, estamos llamados a multiplicar el Reino de Cristo por cada rincón del mundo. Es ir por las rutas de la tierra acompañandas hacia un único destino que es Dios, mientras sumamos hermanos a nuestro paso, hermanos que emprenden gracias a nuestra entrega, el camino hacia el cielo. «Vosotros sois la luz del mundo y sal de la tierra” (Mateo 5, 11-16 ).

¡El apostolado es dar testimonio de luz!. Contagiar la felicidad que es ser Él en todas nosotras y su mensaje de salvación. Es vivir con el anhelo de cooperar en la solución de los problemas de nuestro entorno y ayudar a los más necesitados. Sonreírle a la tristeza y mirar a los ojos de los que están desesperados, caminar sobre lodo y bajo la lluvia, sabiendo que al final del día, tu descanso es el Señor.

Cuando la Providencia nos llevó hasta México en la década de los 90 no nos imaginábamos qué íbamos a encontrar, llegamos con la ilusión de anunciar la buena noticia y la disposición de trabajar. ¿Lo más difícil? La adaptación al lugar, el calor y la alimentación, cosas nimias en comparación con la misión que nos esperaba. El apostolado no es una carrera de éxitos a título personal, lo más importante es que Cristo sea conocido, anunciado y amado, con alegría, ilusión, humildad y respeto.