Nuestra vida no es siempre un sueño dorado, tampoco un viaje por Narnia. En realidad, la vida es entre otras cosas, un conglomerado de situaciones en las que elegimos qué actitud o postura tomar.
El cristiano además, es llamado a una vida más noble y limpia, la vida del Cielo. O sea, que aunque parezca imposible en un principio, todos tenemos el mismo llamamiento a la santificación de la propia vida. Esto solo se consigue si vivimos unidos a Dios, sin separarnos ni un solo momento de su lado. Solo así, nos aseguramos de que nuestra perspectiva de las cosas, nuestras formas de actuar, incluso de pensar, van en consonancia con la vida y los pensamientos de Jesús de Nazaret, nuestro modelo.
En San Lucas el Señor nos dice: Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.
Es normal que veamos personas como locas, buscando la felicidad en el tener, más que en el ser. Es una enfermedad de nuestra sociedad que ha cifrado en el tener o aparentar, la norma de la felicidad. Pero los que aspiran a compartir con Cristo su vida sobrenatural, deben alzar el vuelo y mirar arriba, donde están los verdaderos dones. Los que regala el Espíritu Santo, y nos elevan a vivir en esta tierra un anticipo de lo que será nuestro cielo.
A veces, nos acompaña en las recreaciones un lorito. Llegó un día para quedarse. En los meses de verano, al darle nosotras de beber, siempre elige lo que le gusta. O sea, que si tiene zumo y agua, siempre elegirá el zumo o jugo, como se dice en América.
Pensamos a veces: ¡Es muy listo! Como sabe, que zumo no tendrá fuera de aquí, dirá, mejor el zumo, ya tendré tiempo de beber agua.
Nosotros, sin embargo, como seres humanos, no lo tenemos tan claro. Ante el mundo y sus cosas, se abre nuestra mente exploradora, queremos saberlo todo, probarlo todo, tenerlo todo. Por otra parte está Jesús, que nos dice que todo puede ser lícito, pero no todo conviene. Eso supone una elección en cada instante de aquello que debemos hacer para configurarnos con Él.
En nuestro caso como religiosas, estamos muy pendientes de lo que Jesús nos pide, queremos ser como el “loro”. Elegir aquello que nos conviene y desarrolla nuestra musculatura espiritual a fin de un día reinar con Cristo en el cielo. Para ejercitarla, hay que avanzar en la carrera, en la buena batalla, en guardar la fe. Si, sobre toda elección personal. Si queremos ser de Jesús, no queda otro remedio que mirarle siempre y en todo momento, para que por esa unión y su misericordia, nuestra vida sea semejante a la suya.