“Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. Este Salmo nos sorprende, parece una vista echada atrás, un consejo para los jóvenes, para las nuevas generaciones. Es un pedido al Señor, “enséñanos de tal forma”. La vejez, es sin duda un compendio de experiencias, sabiduría, belleza. No todos sabemos apreciarla, estamos tan metidos en la sociedad del “descarte” (dígase de aquella que se deshace de todo lo que no le es productivo). ¿Sabemos apreciar la dignidad que tiene la vejez?
Cuando las fuerzas faltan, cuando no eres necesario… incluso llegas a estorbar para algunas personas. Es triste verlo, y vivirlo más. Imaginaros madres, hermanas, tías… ¿Cuántas de las personas que conocemos han terminado sus días lejos de la familia, incluso sin saber de ella? Es una profunda reflexión que hoy proponemos a los jóvenes. ¿Cuánto valoramos la vejez, que por otra parte algún día integrará nuestra propia existencia?
Nuestra institución nació hace más de 7 décadas. En nuestra travesía para afianzar y fortalecer el camino de la misma, el Señor, a través de personas cercanas y espirituales, ha ido desdibujando todos nuestros ídolos, y alzando aquello que el Señor nos pide, su voluntad. En ese camino no hemos querido otra cosa que anclar voluntad a su misericordia que es infinita.
Un día normal te levantas y después de dedicar a Jesús y María los primeros pensamientos, tenemos la ardua tarea de acompañar y asistir a nuestras ancianas de la residencia. Vienen de muchos lugares, conocemos a sus familias y con ellas, formamos una sola familia unida por lazos que no son de este mundo.
Jesús nos ha llamado a, tomar la fuerza para vivir de nuestra comunión con Él, que se concreta en la adoración al Santísimo día y noche. En esta casa siempre están encendidas dos lámparas. Una, la que arde siempre delante del Sagrario, otra la de nuestro corazón, convertido en holocausto de amor, en sacrificio puro y santo… con corazón contrito y humillado.
Desde esta perspectiva, la de Jesús, valoramos el don inestimable de la vida, más allá de edades y de clases sociales, de procedencias. Encontramos en las ancianas al Jesús sufriente, también al apaleado a la orilla del camino que busca su samaritano. Y eso queremos ser.
Cuando las fuerzas fallan por la edad, también lo hace nuestro sistema nervioso. En algunos casos pierdes con los años partes de tu recuerdo, de aquello que te hace reconocerte como tal. En medio de una sociedad que tira lo que no le sirve, queremos recoger, cuidar, mimar y anunciar las buenas noticias del Reino de Dios, a las ancianas de nuestra residencia. Ser signo de misericordia, a eso nos llama el Señor y para que aterricemos nuestros buenos deseos, nos regala un tesoro. Ellas, nuestras ancianas, nos enseñan tonos…matices de misericordia, bondad y humildad que no habíamos imaginado.
¿Sientes que quieres dar sentido, perspectiva, profundidad a tu vida dándola por los demás? ¡Te esperamos!