Inefable ternura con que para mi, como para cada uno de tus hijos aún ingratos e infames pecadores preparas, creas este palacio magno de hermosuras y riquezas indecibles que el la Creación material.
Yo, Amor mío, comprendo aquellos arrebatos de amor de tus santos, de tus íntimos excitados por la contemplación de tus obras, transportados de amor. ¡Una flor, un regato de cristalinas aguas, un cielo estrellado, un mar imponente, un tranquilo lago… un sol de mediodía, una brisa del atardecer! Ah, ah, díganlo Teresa de Jesús y Magdalena de Pacis, Teresita o Juan de la Cruz… Francisco de Asís, Ignacio de Loyola… todos, todos tus santos…
¡Oh Amor, Amor, Amor…! ¿Cómo no muero de amor, ante las obras de tu amor, que criaste por mi amor? ¿No es locura verdadera no enloquecer de amor viviendo en contacto con el mismo Amor?
Amado mío, dame inteligencia de querubín y ardor de serafín para cantarte amor en la magnificencia de tus obras… me siento impotente y me consumo en ansias de expresar lo que siento.
Quiero que mi vida sea un himno de amor, que mi alma vibre como lira armoniosa al contacto de cuento le rodea, ¿no es lógico, puesto que lo enviaste precisamente para eso, para mí…?
«La creación es a la vez la obra y el reflejo de Dios» (Ab Thomé).
¡Yu obra y tu reflejo! La Obra del Amor… el reflejo del Amor… Doquiera debo encontrarte, como aquella lama que escribía (diario E. Lucia Cristina): «Os he buscado, Dios mío, doquiera veía lo hermoso y … doquiera os he hallado… Pregunté por Vos a todas las criaturas y todas me han respondido: aquí está… he preguntado por Vos al mar… reposabais en sus abismos… dominando sus caprichos y sus furores…
Os he hallado en la sombra impenetrable de los bosques, os he visto pasar en el relámpago, os he oído en la voz lejana del viento, en el retumbar del trueno, en el desencadenamiento de las tempestades y mi corazón no ha temblado, porque estabais allí.
Os he saludado en el alba matinal, y en el crepúsculo de la tarde; os he sorprendido en el dulce murmullo de solitarios arroyuelos, he recogido las desgranadas notas de miles que miles de pequeños cantadores os enviaban. Mi mirada arrebatada os ha descubierto presidiendo los trabajos minuciosos del insecto y mi vista se ha detenido maravillada ante los misterios que vuestra sabiduría ha condensado en la vida de una flor. Os he presentido en el trabajo secreto de las fuerzas de la naturaleza, cuando un calor pesado parece adormecer la tierra y mil imperceptibles ruidecillos llegan sin embargo a nuestro oído. Son los gérmenes que se entreabren, el abrir de las flores, los infinitamente pequeños que se llaman y responden en un rayo de sol y todos dicen en su lenguaje…: «El está aquí… gloria a Dios».
Sí, sí, doquiera debemos encontrarte, Dios mío, todo canta con su mudo lenguaje, no ya tu gloria como dijo David: «Los cielos pregonan la gloria de Dios…» no ya tu sabiduría, como lo dice él mismo: «Todo lo has hecho sabiamente», sino que todo canta especialmente tu Caridad, Bondad, y Misericordia infinita… todo son obras del Amor que cantan al Amor… El Amor Misericordioso. Madre María de Dios Molleda.