¡Tanto nos ha amado Dios que nos ha entregado a su Hijo! Estas palabras salidas de los mismos labios de Jesús dichas a Nicodemo, que bien las gustó en su corazón Madre María de Dios en sus intensas y largas horas de adoración Eucarística:
“Dios mío y mi todo ¿dónde comprenderé mejor la infinita locura de tu amor que adorarte de el Sacramento de la locura? ¡Oh Amor, Amor inmenso, tan inmenso que se ha reducido un Dios a la pequeñez y humildad de la Hostia. Llega un momento en que la pluma se niega a trazar garabatos, que son solo balbuceos que no saben expresar lo que el alma apenas puede vislumbrar en silencio de amorosa adoración.
El Padre de los Cielos, almitas queridas, quiere encontrar en nosotras una imitación viviente de su Hijo de amor, Jesús-Hostia… Tenemos que transformarnos en él Mismo… ser pequeñitas hostias, ser en nuestro vivir un secreto, un misterio de amor íntimo y suavísimo, ser un sacramento de piedad dulcísima, ser por fuera humanas… ser por dentro amor divino, ser cada una un no ser, un él en mi…
Alma mía, ¿ansías a tu Jesús hasta no poder más? Pensemos almitas queridas qué es lo que llena nuestro corazón, si El nos basta, si es nuestro sólo anhelo, nuestro gozo, nuestra única ambición, si es nuestra sola felicidad vivir de su intimidad, imitarle, consolarla, adorarle, transfundirnos en El con ansias de corazón enamorado, de almas en llama… ¡Oh qué dicha, almas pequeñitas, si como María Inmaculada, nuestra Madre querida y como nuestra pequeña Teresita, reflejo de la Virgen, es nuestro corazón bajo las sencillas apariencias nazarenas, un volcán de puro y ardentísimo fuego divino.
Amarle a El con locura, divina sabiduría; amar a todos por El con amorosa ternura, de pensamiento, de palabra, de corazón y de obra… he ahí nuestro examen, he ahí nuestra meta, he ahí nuestra santidad, he ahí nuestro toto…”
Si de verdad pensáramos en estas tremendas realidades no seríamos capaces de separarnos de la presencia real de Jesús en el Sagrario, en la Custodia. Madre María de Dios nos llama a ser “almas en llama”, vibrantes, enamoradas, ardientes. No va con el alma en llamas la mediocridad, la apatía, el abatimiento, el desaliento (Madre María de Dios decía que el desaliento es el abuelo del orgullo), el ir tirando. Pidamos a Jesús intensamente nos llene de su espíritu, de su amor por la extensión de su Reinado de salvación de las almas, de nuestra propia santificación, en definitiva, de sus mismos intereses. El camino del discípulo es pasar mucho tiempo con Jesús y en su intimidad ir aprendiendo de Él…
Este año el Santo padre Francisco nos invita a hacer un año de acrecentamiento en la oración como preparación al Jubileo de 2025:
“Ya en la Carta del 11 de febrero de 2022, dirigida al Pro-Prefecto, S.E. Mons. Rino Fisichella, para encargar al Dicasterio para la Evangelización del Jubileo, el Papa había escrito: “Me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo”. Por lo tanto, en preparación para el Jubileo, las Diócesis están invitadas a promover la centralidad de la oración individual y comunitaria”.
En alguna parte leí: “Dios nunca está demasiado lejos. Él está tan solo a una oración de distancia de ti…” En la Eucaristía, sobre todo cuando le recibimos en la Sagrada Comunión, incluso le tenemos dentro de nosotros, somos como sus copones vivientes. Pero la pregunta es: ¿sabemos valorar y apreciar su presencia en nosotros? ¿Le concedemos la importancia que merece? ¿Nos damos cuenta de lo que tenemos? Creo que nunca lo sabremos apreciar, sólo en el Cielo nos daremos cuenta de lo que tuvimos. En los escritos de Madre María de Dios leemos que siente que le dice Jesús: “Sólo en el Cielo sabrás lo que son estos ratos de Sagrario. ¡Una Hostia consagrada! ¡Un santo Sacrificio de la Misa! ¡Un sagrario en que vivo…! Ah! La tierra está llena de creyentes locos o de fingidos creyentes, porque loco o impío tiene que estar el que no me ama inmensamente, creyendo en tanta inmensidad de Amor”. Así y todo pidamos sin cesar un aumento de fe viva. ¡Qué no es un símbolo!, es la dulce realidad de un Amor entregado por mí, podemos decir cada uno, que no ha reparado en humillaciones, con el fin de sernos alimento, fortaleza, compañía, consuelo, ejemplo, aliento, esperanza y un largo etc… Nos lo dice Madre María de Dios: “Un alma que cree y que comulga tiene que ser feliz. Un alma que tiene una Hostia consagrada que adorar y una Hostia consagrada que recibir ¿qué consuelo le falta?…”.
Pidamos fervientemente a la Santísima Virgen nos conceda una centellita de su espíritu para acercarnos y saborear al gran don de la Eucaristía, no sólo en la Sagrada Comunión, sino también en tiempos más o menos largos de compañía del Jesús oculto en el Tabernáculo o expuesto en la Custodia. Roguémosle que nos preste su Corazón para adorarlo y repararle, para amarlo y consolarlo. Que Ella nos haga crecer en confianza. Si nuestra confianza es grande, la misericordia de Jesús no tiene límites.
Hagamos nuestras adoraciones unidos a María, para que Jesús se sienta como en casa…