La experiencia de la oración, la han sentido miles de millones de personas a lo largo de los tiempos, pero en ocasiones, no sabemos cómo dirigirnos a Dios. Nos explican que orar es escuchar a Dios, pero a Dios no le escuchamos como oímos el resto de las cosas. ¿Entonces cómo lo escuchamos? Desde la fe y el absoluto amor.
La oración no es para pedir o hacernos sentir mejor con nosotros mismos, es agradecer, es un Tú y yo, aquí y ahora. La oración parece mostrarnos como débiles, pero lejos de serlo, es el canal perfecto de comunicación entre nosotros y Él, donde somos fuertes.
«No es una buena práctica para conseguir un poco de paz en el corazón; tampoco un medio devoto para obtener de Dios lo que nos sirve. Si fuera así, estaría movida por un sutil egoísmo. Pero, yo rezo para estar bien, como si tomara una aspirina: no, no es así. Yo rezo para obtener esto: pero esto es hacer un negocio. No es así. La oración es otra cosa. Es otra cosa. La oración es, en realidad, una obra de misericordia espiritual». » En una palabra, significa confiar: confiar la Iglesia, la gente, las situaciones al Padre, para que él tenga cuidado». (Papa Francisco)
La oración, es un arma fuerte en las manos de los creyentes: destruye el mal y acrecienta el amor.
Dijo el Apologista cristiano Tertuliano: «la oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie».
Dios llama incesablemente a cada uno de nosotros, al encuentro misterioso de la oración. Nos invita a tener una corversación con y desde el corazón. ¿Estás preparado?
