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El 11 de febrero celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, y pensando en los miles de personas que nos hemos encontrado en el lecho del dolor desde los días de nuestra fundación, la experiencia del Buen Samaritano cobra especial significado.

La procedencia de las ancianas de nuestra residencia es variada. También los niños que atendemos en las catequesis, en la guardería y en los diferentes apostolados. Familias desestructuradas, pobres, con violencia intrafamiliar, de género, etc. Muchas de estas, situaciones límites, que ponen al límite también a las personas.

Y en ese aspecto, tienen algo en común con el hombre que encontró herido el Buen Samaritano. Vemos, más allá de sus procedencias, las heridas que acumulan en su corazón. A veces huyes del dolor en una especie de fuga psicolçogica en la que tiendes a no oír todas aquellas voces de alarma. ¡Si pudieráis saber el tesoro que esconde cada vida que encontramos!… A veces es necesario desenterrar el tesoro para poderlo apreciar, pues el lodo los ha ocultado a primera vista.

A veces llegan a nuestras vidas, personas casi sin “rostro”. Han estado tirado a la orilla del sendero, muchos han pasado de largo, y a veces producto de esa primera impresión, nadie repara en ellos. Otros huyen despavoridos, por un terrible miedo a la responsabilidad, a mojarse de veras… esos, mejor que no paren.

Luego llega el turno de Dios, Él es nuestro mejor “Buen Samaritano”, y ante el dolor, ante la pérdida casi absoluta de la identidad diluida en un flujo contínuo de quejas, de añoranzas, de arrepentimiento, se detiene para mirarles, para mirarnos. Es maravillosa la experiencia del que yace en el camino cuando se encuentra con Jesús, porque entiende que es valioso, que nada del mundo puede cambiar el significado de ese encuentro. Dios no solo se detiene, estará contigo hasta el final….

Cuando era más joven, no comprendía la grandeza de esa misericordia que te ve y te acompaña hasta que no estés solo en el camino, cubre con sus alas mi vulnerabilidad y unida a la suya, se vuelve fuerza. No te deja al margen, olvidado y solo.

Nosotras por vocación, estamos llamadas a ser y concretar cual otras buenas samaritanas, el mismo ideal evangélico. El amor de Dios me mira, me cura, me lleva con él, prepara un sitio donde reponer las fuerzas y vuelve “a la vuelta” para que no me falte nada. Ante la evidencia de un amor que no evita mi dolor, sino que lo cura, lo sublima y lo une al suyo para que no vuelva vacío de frutos, una luz verde nos anuncia que no todo está perdido. ¿Entiendes? Con Dios hasta el dolor tiene un significado y puede tener un propósito.

Me encanta casi el final del relato del Evangelio: “Cuida de él, y si hay algo que gaste de más, te lo devolveré a la vuelta”. Fijaros, ni se desentiende, ni le deja solo. Le deja al cuidado de alguien ¿Nunca has pensado que podemos ser nosotros los posaderos, a cargo de los cuales, deja el Señor a los pobres de la Tierra? Y no solo contentándose con eso promete volver. Así que si vuelve, el dolor humano es camino por el cual yo también participo de ese encuentro, de su “vuelta”.

Entiendo y asumo que no sabré explicar mi experiencia con el Buen Samaritano, yo…como todos, la he tenido. Y ese encuentro, no solo me salva y salva en ese momento, sino que es esperanza, nueva perspectiva de futuro… porque con Él puedo estar sano, cuidado, rescatado y atendido por su infinita misericordia ¿Qué puede salir mal?

Si ves a alguien que sufre, a alguien que el dolor o el pecado le aplastan, por favor, no pases de largo. No hay mayor dolor, que ver como pasan a tu lado sin reparar en la persona que eres. Detende, si no te detienes a curar y a acompañar hasta el final, vivirás otra experiencia, pero la de encarnar hoy al Buen Samaritano, no.

CHARITAS

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