Salmos 148,3
«Alabadle, sol y luna; alabadle, todas las estrellas luminosas».
¿Ser luna o sol?. Todo y todos no dicen que brillemos con luz propia. Así que gastamos parte del tiempo y de nuestra tolerancia a la frustración, intentando ser siempre el “perfecto humano exterior” que todos esperan de ti. Bien…. es agotador ser siempre el que esperan. Sobre todo, porque nos movemos por sentimientos y al interior, cuando se nos impone algo, casi siempre termina hastiándonos. Pero, el cristiano, no tiene porque tener ese nivel estándar de exigencia humana. No somos por tener o lograr, somos por lo que somos. Y sin ser aquello que somos llamados a ser, no somos nada, o peor, una copia barata y oxidada, una sombra que espera siempre, pero no llega a ser. En cierto modo, Jesús me hace partícipe de su luz, así que es también mía. Pero en el terreno de dilucidar nuestro puesto, nuestras competencias y capacidades, prefiero ser luna.
Hay mil cosas curiosas que podríamos contar de la luna. Desde siempre la luna, con su luz blanca, ha encandilado el corazón de los poetas, de los escritores y de los sembradores. Parece que todos se prosternan ante tanta belleza. Pero la luz de la luna no le pertenece. La luz es del Sol. En este punto, me siento agradecida, no tengo luz propia porque mía no es la vida, ni el darla ni el quitarla, sin embargo, puedo contar con la luz de Dios; una luz tremendamente luminosa y expansiva, dialogante e inclusiva, una luz que es capaz de iluminarlo todo a su paso.
¡Bien, pues soy luna! Y bueno, ser luna en el firmamento de Dios, no es solo agradecer todo lo que el Señor nos da, no es quedarnos con la luz e hipnotizarnos en ella. Eso sería el fin de un camino que no tiene fin, porque tiende a Dios y Dios es eterno. Ser luna, conyeba una gran responsabilidad, porque tienes que iluminar o mejor, transparentar la luz que recibes de Dios.
Somos recipientes opacos en la mayoría de accione Dejando atrás la falsa humildad, sea por H o por B, casi siempre nuestro egoísmo se cuela en nuestras decisiones. Así que, cuando el Sol de justicia se refracta en nosotros, en nuestras vidas, en el diario vivir y hacer… la luz se difumina en nuestras cavernas interiores. No es que seamos caverna, somos hogar de Dios, pero la vida, las circunstancias y nuestros comportamientos, nos abocan a excavar el terreno que debería ser liso, plano y transitable. ¿No sé si me seguís?
En esas cavernas de nuestras acciones, pensamientos y omisiones se pierde un porcentaje grande de la luz de Jesús que debiéramos comunicar. La única forma es allanar el camino para que, nada ni nadie, obstaculice la obra de Dios en los otros, a través de ti. Recuerda, tu misión es reflejar la luz de Dios. ¡Casi nada!
Parece un trabalenguas, pero resumiendo se trata de dejar a Dios, ser Dios. De que, posicionándolo en el centro de nuestras vidas, escojamos cada vez más el bien, antes que el mal. Solo así las cavernas de nuestros sentidos dejarán de serlo, y la luz pasará toda entera, por un recipiente que Dios irá haciendo más claro cada vez, más lúcido al tacto de sus manos de Alfarero experto. Es saborear la obra del Dios todopoderoso en ti. Cuánto más consciente eres de ser luna, más dejarás al Sol, ser Sol. Y no un Sol cualquiera, sino “el Sol”.