Nos encontramos a finales del año 1975, año importante para España, fallecía Francisco Franco, y Don Juan Carlos de Borbón es proclamado rey. Estos acontecimientos los vería Madre María de Dios, que veía debilitar sus fuerzas en la cama. La vitalidad que le quedaba, era aprovechada para decirles a sus hijas espirituales que perseveraran en el camino emprendido, con el cumplimiento de la gran ley del amor.
Con voz casi apagada, su cuerpo doliente, y consciente que ya no soportaría por mucho más tiempo la enfermedad, la Madre no cesaba en exhortar conmovedoras manifestaciones y la invitación ardorosa a la fidelidad al Señor.
Con el año 1976 su agravamiento fue creciente, con largos días de dolor sin pausa y noches interminables en las que, unicamente, el sueño mitigaban o hacían desaparecer por pocas horas. Se la podía ver caminando lentamente, como una niña lo hace en dirección a los brazos de su madre, y allí, delante de una imagencita de la Santísima Virgen de Fátima, próxima a su silla lecho, pedía con simplicidad: “Virgencita, duérmeme”.
El día 25 de marzo del mismo año fueron horas de incertidumbre, entre el temor y la esperanza, Madre María de Dios entendía que el tiempo se acortaba rápidamente, los días siguientes fueron de dolores constantes sin descanso, el sufrimiento se agudizaba y el capellán de la comunidad que frecuentaba sus visitas para entregar aliento y su bendición, le dio la absolución sacramental. Quiso ella tener a mano un crucifijo que años atrás llevó siempre consigo, con él entre sus dedos y labios se sentía fortalecida.
Con una voz potente que distaba a la que tenía días anteriores, miró a los presentes y dijo: “He vivido amando y no lo puedo negar; por eso muero amando. Muero amando, aunque no lo parezca, porque muero sufriendo”.
Madre, si nos oye, abra los ojos.
Los abrió y movió repetidamente sus labios en un intento de besar el crucifijo que descansaba en su pecho. ¿Qué le quedaba para oponerse al encuentro con el Amor?
A las siete y media de la mañana del día 28 del 1976, iniciaba su camino hacia la nueva luz, a la edad de setenta y seis años, una mujer que vivió intensamente la vocación al Amor: Madre María de Dios Molleda.