“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”. Salmo 15
Esa aparente dicotomía entre la contemplación y la acción es algo antiguo y siempre nuevo. ¿Recordáis el episodio en el que dos seguidoras de Jesús – Marta y María- hablaban de lo que era mejor hacer? Pues rápidamente os ponemos en situación. Jesús va a visitar a unos amigos y María, una de los tres hermanos (Lázaro y Marta, los otros) pasaba el tiempo con Jesús, a sus pies escuchando sus enseñanzas. Marta por su parte, trabajaba y trabajaba para brindar al Maestro la mejor comida y estancia. Marta reprende a María porque no la ayuda y Jesús dice una de las frases más icónicas en este tema: Marta, Marta, afanada estás... pero María ha elegido la mejor y no le será quitada. ¿Cúal era esa parte de María? Precisamente la actitud de acoger al Maestro a través de la contemplación del misterio que en sí mismo era. En medio de la barahúnda propia de una visita familiar para los anfitriones, María, uno de ellos, separa tiempo para algo que considera más importante que agasajar a Jesús con alimentos deliciosos o una habitación totalmente limpia. Ella sabe que lo más importante es escucharle. No me imagino a María después de aquello sentada todo el rato, absorta, recordando a Jesús mientras le contaba historias. María salió de aquel lugar y luego continuó anunciando de palabra y obra el tesoro de Jesús, pero era necesario empaparse de la vida de Jesús para poder llegar a comunicarla.
A veces queremos dividir en la Vida Consagrada entre activos y contemplativos. A veces se define los términos de forma muy reduccionista. Digamos que los institutos de vida activa parecen ser aquellos que hacen cosas, y los contemplativos, aquellos que no hacen nada, solo rezar y rezar.
La verdad es que por definición, rezar y rezar no es ser contemplativo. Si no una parte de lo que somos. Rezar es, además del culto merecido y leal a Dios, el clamor de la Iglesia. El oficio, el rosario, las devociones personales, todo configura nuestra vida que debe, como lo estaba María, estar pendientes de Dios. Y es que a veces queremos sacar un manantial de respuestas difíciles a asuntos complejos de donde no hay. Es muy humano esto y no me asusta. Me inquieta más cuando la oración se vuelve respuesta efectiva. Esa es la razón de un contemplativo, que no tiene por sí razones para contemplar, pero que en Cristo encuentra todas las respuestas posibles y necesarias para él y para las personas que le rodean.
Contemplar, es como sembrar en el jardín de Dios, las cuestiones que más te inquietan y desde él, buscar respuestas, caminos alternativos, fidelidad en medio de cualquier dificultad, consuelo si es que ya no tienes, en el verdadera adversidad. Somos contemplativas por esto, por estar pendiente de Cristo y sus cosas. Y no son “sus cosas” así, sin más, las cosas de Cristo, son las cosas de los hombres.
Tampoco es nada abstracto, es más que concreto. En la Eucaristía se encuentran soluciones impresionantes para interrogaciones y situaciones igual de grandes. Así que eso, pedimos al Señor dos cosas. Una, que como Hijas de Buen Pastor, seamos desde nuestros apostolados, quienes vayamos en busca de la oveja perdida para curarla y traerla de vuelta al redil. Dos, que como hijas también de María Inmaculada, sepamos contemplar lo admirable que es, la maravilla de Dios, la hermosura que supone su Concepciòn Inmaculada, y transmitimos estos valores, a veces algo perdidos, de amor a la virginidad del cuerpo y del alma. Queremos conservar y ofrecer a Dios el mejor sacrificio, el de nuestras vidas y le pedimos, que no nos quiten, esa mejor parte que nos ha tocado.