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En día tan señalado, fecha especialísima para nuestra institución, hemos celebrado con la Hermana Guadalupe (Lupita), la gracia de predilección que Dios mostró en ella, al escogerla para ser esposa suya. Lo hizo en nuestro instituto y por eso también damos gracias. Celebramos el don de la vocación, pero también el de su vida, que quiere desgastarse poco a poco ante Jesús Eucaristía.

En medio de una pandemia, Dios sigue llamando, sigue atrayendo hacia sí las almas de aquellas personas que se dejan impresionar y moldear al tacto de sus manos.

En medio de su familia, la comunidad parroquial y por supuesto, de nosotras sus hermanas, vivimos con pleno recogimiento y alegría este acontecimiento. En el patío de nuestra casa, la carpa-capilla bellamente improvisada, estaba presidida por la imagen de la Inmaculada. Es nuestra fiesta y ella tenía un lugar especial en ella. Frente, mirando a sus ojos, nuestra hermanita, prometió a Jesús, vivir en castidad, sin nada de riqueza y obediente como Él al Padre, todos los días de su vida.

Pedimos por ella, santa alegría, constancia y perseverancia en la carrera, para al final, alcanzar esa corona, no de rosas, no al menos de rosas que se marchitan, que nos dará el Señor Juez justo en el día del encuentro definitivo. Y como nuestra vida aquí, no es más que una “noche en una mala posada”, deseamos que siempre le mire a Él, que cifre en el corazón de la Santísima Trinidad su tesoro… en Jesús, su esposo, autor y consumador de todo bien.