
¿Has deseado de verdad alguna vez tener un encuentro con Jesús?
¡Cuántas veces leemos en el evangelio: “se encontraron con Jesús…”, los pastores, magos, los apóstoles, loa enfermos, los pecadores… En realidad tdos los que pudieron verle y escucharle ya lo tuvieron, pero un encuentro que no cambia la vida, no es un encuentro. Lo propio de esta experiencia con Jesús es que Él nos transforma en criaturas nuevas, la iniciativa la tiene Él, porque en relidad es Él quien nos busca. Le decimos con san Pedro: “Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. (JN 6,68).
“Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre una respuesta” (Catecismo de la Iglesia Católica)
Dios no nos ama de palabra, sino con hecho; no lo hace “desde lo alto”, de lejos, sino “de cerca”, desde el interior de nuestra carne, porque en María el Verbo de hizo carne, porque en el pecho de Cristo sigue latiendo un Corazón de carne, que palpita por cada unode nosotros. (Papa Francisco).
Tenemos bien al alcance ese encuentro con el mismo Jesús, cada vez que lo recibimos en la Sagrada Comunión. Pero también en las visitas que le hagamos en el Sagrario. En la Eucaristía le tenemos tan vivo como en Palestina, como está en el Cielo. Las almas enamoradas de Jesús Eucaristía, como lo era Madre María de Dios, crecían constantemente en el amor, al contacto con su divina presencia: “ …Desde que el Infinito en Misericordia, se mostró a mi, siempre ha sido mi ley, mi norte, mi anhelo, mi vida: el amor. Siempre he comprendido que el Amor es la divina palabra que encierra toda la vida espiritual y he conservado mi lema de apóstol de amor: amar a mi Jesús y hacerle amar. ¡Oh cuán bueno es Él! Al considerar algunas de mis pasadas ignorancias, imperfecciones, esa bondad me resalta aún más. Comprendo que cuando este dulce Amor ve en nuestras almas la buena voluntad, la rectitud y el deseo sincero de amarle y agradarle, mira con infinita compasión nuestras ignorancias y defectos. Lo que desagrada a Jesús es que lo neguemos en el corazón: quiero decir, las imperfecciones voluntariamente, consentidas, por pequeñas que sean, porque es desagradable a sabiendas y mucha ingratitud y desamor para con Él.
¡Oh! Sí, esto me consuela mucho; que entre mis innumerables miserias y debilidades pasadas y presentes, después de que le empecé a conocer, ninguna ha sido consciente y voluntaria en desagradarte. ¡Oh no, Amor mío! Soy la misma flaqueza y mieria, comprendo que he tenido faltas materiales; oero si ahora veo, iluminada por ti, esos defectos, entonces no los veía; como mañana me mostrarás los que hoy no veo. ¡Oh sí, mi Amado! Tu pequeñita, flaca y miserable, no tiene, ni ha tenido más anhelo que amarte, y quiere regocijarse en esa luz que le muestre lo que es, con dolor y con inefable gozo, abandonada a tu Misericordia” (MADRE MARÍA DE DIOS).
La inestimable fuente donde bebía a raudales el agua viva, era la Eucaristía, no sólo cuando se encontaraba en la capilla, sino que permanecía unida constantemente, estuviera o no en su presencia. Cuántas veces les decía a sus Hijas que ella pasaba por Jesús hasta los garbanzos que comían, lo que nos muestra su constante vida de unión con Jesús.
Los apóstoles no hicieron nada especial para que Jesús se fijara en ellos y los llamara. Simplemente se dejaron encontrar y respondieron…
Ahora es nuestro turno, nos toca a nosotros responder y nadie puede hacerlo por cada uno de nosotros. ¿Qué le diremos…? ¿Cúal es nuestra respuesta…? No lo dejemos para un mañana incierto para nosotros…
No podemos dejar de trasladar aquí, en estos días, que con tanta intensidad estamos viviendo la pérdida de nuestro muy querido Papa emérito Benedicto, su propia experiencia junto a Jesús Sacramentado, y dejarnos buscar por Jesús que nos llama y nos espera sin cansarse. En febrero de 2007, el Papa Benedcito XVI nos regaló su Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”, sobre la Eucaristía, Fuente y Culmen de la Vida y de la Misión de la Iglesia:
“Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta e amor “más grande”, aquel que impulsa a “dar vida por los propios amigos”. En efecto Jesús “los amo hasta el extremo”. Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los getsos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!
,,Es importante que la existencia del cristiano se centre en la Eucaristía.
Invito a todos a redescubrir la fecundidad de la adoración eucarística: delante del Santísimo Sacramento experimentamos de modo totalmente especial el “permanecer” de Jesús que él mismo, en el Evangelio de san Juan, pone como condición necesaria para dar mucho fruto (Discurso, 15 de junio de 2010).
La Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para nutrir nuestro camino de fe, revigorizar nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a Él.” (Audiencia, 24 de noviembre de 2010).
A Jesús siempre tenemos que ir con la Virgen, Ella es la perpetua adoradora. Allí donde esté Jesús Sacramentado, allí se encuentra su Madre la primera y fiel Adoratriz.
Sigue diciéndonos Benedicto XVI: “Querido hermanos, necesitamos un momento de silencio y recogimiento para entrar en la escuela de María, a fin de que nos enseñe cómo vivir de fe, cómo crecer en ella, cómo permanacer en contacto con el mistrio de Dios en los acontecimientos ordinarios, diarios, de nuestra vida. Con delicadeza femenina y con “la capacidad de congujar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y estímulo” (Redemptoris Mater, 46), María sostuvo la fe de Pedro y de los Apóstoles en el Cenáculo, y hoy sostiene mi fe y la vuestra.
A todos aquellos a quienes resulta difícil creer en Dios, les repito hoy: “Dios es amor”. Sed vosotros mismos, queridos amigos, testigos de esta verda. Lo seréis eficazmente si permanecéis en la escuela de María. Junto a Ella experimentaréis vosotros mismos que Dios es amor y transmitiréis su mensaje al mundo con la riqueza y la variedad que el mismo Espíritu Santo sabrá suscitar”.