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«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» #Evangelio de hoy.

Hay una cierta tendencia en nuestra sociedad, y digo cierta por ser moderada, que estimula el pensamiento colectivo en torno a una idea: tanto tengo, tanto valgo.

La vida y su valor, se miden en términos de beneficio. Pero esto, desangra la esencia misma de nuestro ser como humanos, donde el “ser” es siempre prioritario al “tener”. Tener se vuelve la moneda de cambio para alcanzar el galardón de exitosos. Si consigo mucho, soy un vencedor. ¿Qué queda para aquellos pobres del Evangelio? Queda, y eso es seguro, el sistema de valores de Jesús. Por eso es tan importante mirar a Jesús para redescubrir y a veces desenturbiar aquello que soy. Lo que soy en y por Jesús no tiene nada que ver con lo que tengo, con lo que humanamente se cree que he logrado. Ser en Jesús, me posiciona en un lugar maravilloso: para empezar, soy hijo amado de Dios. ¡Qué cosas! ¡Qué maravilla de pensamiento el pensamiento cristiano!

Hoy el Evangelio es clarito: la vida, no depende de mis bienes. Y entiendo por vida, esa vida verdadera que solo en Jesús tiene sentido, se promete y se cumple. Fuera de la visión cristiana de nosotros, estamos expuesto a un sinfín de pensamientos nocivos, que no hacen, sino oscurecer el horizonte de luz, ese que me recuerda que mi vida está escondida por Cristo en Dios, que soy cosa y posesión suya.

Cuidarse de la codicia va mucho más allá del dinero. Bueno, este sería el menor de los males si no existiesen tanta carencias exitenciales, tantos intentos frustrados de encontrar agua de vida donde solo hay agua estancada. Y lo sé, entre tantos camino como se postulan y se han postulado siempre, cuesta encontrar la razón (si no conoces) por la que Cristo debería ser tu opción por encima de cualquier obsesión de éxito. Pero hay que empezar por dar la oportunidad a alguien que tiene la fama de cambiar las vidas, de trasnformarlas dotándolas de aquella luz perdida y tan anhelada.

Codiciar a Cristo es imposible, porque no es una posesión, estatus o condición. Jesús es una persona. La palabra codicia no cabe en la relación del cristiano con Cristo y de este con la sociedad. Codiciar es anhelar de forma nociva y vehemente, aquello que no se tiene; no es desear, tampoco se debe confundir con el ímpetu y el derecho de luchar por mejorar las condiciones existenciales personales o familiares.

Codiciar te hace actuar en torno a un ideal que no tiene en sí mismo la trascendencia como fin. Lo finito se acaba, lo espiritual es eterno.

¿Cuántas fuerzas hemos perdido en buscar donde no hay nada? Pues ahora que lo sabemos, hemos de entender que es Cristo y la transformación espiritual que ocurre a la sombra de sus alas, lo que nos hace “ser”.

Piensa esto, cuando la sociedad te indique que lo que posees es el correlato inequívoco de tu estado de éxito: nadie puede agregar una milésia de segundo a lo que eres, eres Hijo, eres Rey, eres la niña de los ojos que no quiere que codicies, si no, que poseas, que le poseas en tu corazón, quiere habitar contigo. Si posees a Cristo, ya has triunfado.

CHARITAS

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