A pocos días de la Noche de Reyes durante el tiempo de recreación, estabamos sentadas hablando, hacía muchísimo frío y cada una de nosotras estaba pegada como podía a la calefacción, ya que estabamos fuera despejando la entrada. Había nevado en Ávila y desde la ventana se podía ver el paisaje que tan bien acompañaba estos días de Navidad. Había que ultimar los preparativos para la noche tan especial que se nos venía, como los detalles para los residentes y alguna que otra cosa más.
-¡Yo quiero hacer el roscón!. -Dije levantando la mano.
-Yo puedo ayudarte a hacerlo. -Respondió una de mis hermanas que se frotaba las manos al no conseguir entrar en calor.
-La verdad, es que prefiero hacerlo yo sola…lo he hecho muchas veces. -Expresé mi deseo sin darme cuenta, que estaba haciendo de menos a otra persona.
-¡Muy bien hazlo tu sola si así lo quieres! Ella podrá ser util en otra cosa seguro. -Manifestó la Madre dejando que fuera yo la pastelera del roscón de este año.
A la mañana siguiente me levante un poco antes para comenzar a reunir los ingredientes y que el tiempo no se me echase encima: harina de fuerza, huevos, la levadura de la panaderia…¡Pero me faltaban las naranjas!. Dejé todos los ingredientes ahí reunidos y salí corriendo a mi tarea diaria en la residencia de personas mayores.
Cuando regresé volví a contar los ingredientes ¡Qué cabeza la mía había olvidado que faltaban las naranjas, luego iré por ellas!. Y me fui otra vez a mi siguiente trabajo esta vez en la comunidad.
Por la noche en mi celda, mientras realizaba mi exámen de conciencia y encomendaba a Dios mi descanso, recordé que no había conseguido las naranjas que necesitaba para el dulce. Ya en la oscuridad y con casi todas las hermanas durmiendo, me puse mis zapatillas de casa y fui hasta la cocina con la esperanza de encontrar allí naranjas…¡Pues no había ni una! ¡¿Y ahora qué?! Un roscón sin naranja…no es lo mismo.
Decidí irme a dormir y solucionarlo a la mañana siguiente, que era el último momento que tenía para hacer el bollo.
Me desperté sobresaltada, una de mis hermanas había venido a buscarme y necesitaba de mi ayuda urgente, no lo dude ni un momento y nos fuimos para la residencia. Al finalizar fui como un rayo a la cocina ¡Qué poco tiempo me quedaba, y aún tenía que ir a por la fruta!. Cuando llegué a la mesa de trabajo donde tenía los ingredientes esperando a ser mezclados, vi seis magníficas y brillantes naranjas a las que podía oler. De una esquina de la cocina, se asomó la hermana que quería ayudarme con una sonrisa en la boca. -Buenos días. -Me dijo.
-Buenos días hermanita. -Respondí.
-Ayer pasé por aquí por si necesitabas al final mi ayuda, me dí cuenta que te faltaban las naranjas, las compre en la tarde y esta mañana las he bajado de la habitación. -Me explicó dejámdome con la boca abierta.
Le dí las gracias y un abrazo enorme, pues entendí lo mal que había obrado con ella, y que como Cristo necesitamos anonadarnos y sentirnos servidores de los demás, y esta sobrebia mía solo me separa de Dios. Y sin más, nos pusimos las dos manos a la masa nunca mejor dicho y creedme si os digo que ha sido el Roscón más rico que jamás había probado. ¡Vamos, un soberbio roscón!.