Santo Evangelio, domingo 16 de agosto -2020
“En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija”.
Nuestro comentario:
Conmueve el alma escuchar a la mujer mientras desesperada, sabiendo que no queda otra oportunidad ni esperanza fuera de Jesús, sigue e insiste ante la aparente dureza del Señor, que la trata, digamos de primeras, no muy amablemente. «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Jesús sabe, conoce su fe, también los límites de aquella mujer, pero sobre todo su empeño, su objetivo, salvar a su hija. En ella, se refleja también parte del amor de Dios a la humanidad, sabe que los hombres que vino a salvar con infinito amor le crucificarán. Aun así, pone en marcha el plan de salvación y pese a todo lo que pasa hasta el Calvario, le mereció la pena.
Imaginaros la escena, la expectación, las personas abarrotando las calles mientras el Señor y sus amigos visitan ciudad tras ciudad conquistando el corazón de los pobres y humildes. En medio de esta multitud, una mujer con una situación desesperada que fija en Jesús su vista y todos los anhelos de su corazón. Y se esfuerza empeñada hasta arrancar el milagro. Son duras las palabras del Salvador: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Y así es que insiste, insiste, aunque le duela su orgullo, a estas alturas lo de menos son los “cuidados humanos”, insiste como si, escuchando perfectamente las palabras de Jesús, quisiera encontrarse en ellas: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
No le importa la comparación, ni aparentar, pasa de querer quedar bien, de mantener aquella dignidad que como humanos tenemos ante Dios. No pasa nada con ser perro pensaría, no si llego a alcanzar misericordia. Jesús desde siempre conocía a la mujer, sabía el final de la historia y claro, seguro estaba que demostraría ante todos, que la fe lo puede todo, que para Dios, el punto y final no existe, que siempre existe Dios como recurso. «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.».
Oración ante Jesús Sacramentado: Señor Dios de las misericordias, que nada ni nadie me aparte de ese maravilloso camino en el que me sueñas desde siempre, que sepa responder, para aprenderte amar como te mereces. Amén
¡Bendecido día del Señor!