
Con este bagaje espiritual fue emprendiendo el nuevo camino. La mirada estaba puesta en Dios; también la esperanza. Enraizadas en ella, las dos aventuradas iniciadoras miran al futuro y piensan en la necesidad de acomodar la casa a la posibilidad de acogida a nuevos miembros de la familia religiosa naciente.
Los medios para acometer las obras son muy escasos; la generosidad de Germana -ya hermana María- es mayor que sus posibilidades económicas; pero éstas son suficientes para un primer impulso. Noviembre de 1944 ve el polvo de tabiques derribados para ser sustituidos por otros, que hacen una distribución nueva, asemejada a la de un minúsculo convento. Quiérese que hasta el marco de la convivencia anuncie un género de vida específico: aquí las celdas, allí la capilla, el refectorio, la sala de comunidad… ¿Y dónde un elemento tan conventual como el claustro y el huerto adyacente para evitar la claustrofobia de un encierro sin mitigación?
Las obras de la casa contaban también con el esfuerzo físico de las dos moradoras. Allí estaban colaborando con los operarios: acercan o retiran materiales, sugieren, corrigen, para que todo vaya acomodado al destino de la casa.
De la nada de posibilidades humanas, más con el caudal de la confianza en Dios, fue creciendo la “Casa de la Virgen María”, con capacidad para residencia de la comunidad creciente, para guardería infantil, para taller de trabajo manual, para modesta hospedería.
Por delante se abría el futuro con una única seguridad, la confianza en Dios. La prueba es larga. Siete u ocho años de espera en continuada soledad. La Institución “Cháritas” crece lentamente en el conocimiento y en el afecto de personas; pero faltan jóvenes decididas a la entrega total; sin ellas el horizonte de la Institución estará cerrado. ¿Cuándo el Señor romperá el muro de tanta indecisión?
Fue noche de años, noche dura. Las dos “monjas Cháritas” proseguían su vida austera: los trabajos domésticos, las largas adoraciones al Santísimo, las velas nocturnas con turnos repetidos, la escasez de los medios…
En la noche prolongada no faltó una luz alentadora, que comprendía y daba seguridad: el Obispo que las acogió y que seguía confiando en la acción de Dios. La correspondencia epistolar de Madre María de Dios, cuidadosamente guardada por don Santos Moro Briz, manifiesta la comunicación frecuente de anhelos e inquietudes, y la decisión de consejo para tomar decisiones.
Serena alegría trajeron las primeras vocaciones. Eran jóvenes de buena formación cultural y religiosa, atraídas por el espíritu de la nueva familia religiosa.
A la ves que la Institución brindaba sus puertas abiertas a las jóvenes que llegaban o pudieran llegar para iniciar un camino hacía la vida consagrada, Madre María de Dios decidió establecer una “escuela apostólica” para qué en ella, desde la niñez, recibieran educación cristiana intensa, niñas que mostraran indicios y voluntad de posible vocación a la vida religiosa. La experiencia continuada manifestó el buen fruto de esta “escuela”, tanto en las bvocaciones allí surgidas o consolidadas como en las niñas que determinaron salir de ella para vivir su vocación cristiana por otros caminos. El recuerdo garto de su estancia en la “escuela apostólica” las acompaña siempre.
La presencia de nuevos miembros en la familia “Cháritas” imponía a la Madre María de Dios las nuevas responsabilidades de la orientación adecuada de estas niñas y jóvenes. Había de ayudarlas en el proceso de su vida cristiana y en el discernimiento necesario para la libre y responsable elección de vida. Porque nunca fue pretensión de la Madre coaccionar ni sustituir la voluntad de cada persona en las determinaciones.
Surge así una nueva faceta en la vida de Madre María de Dios: la de educadora. Aunque ya ejerció esta noble tarea en el centro de formación de juventud de Madrid, miembro todavía e la Congregación de Damas Catequistas, ahora era distinto, por tratarse de una responsabilidad tan singular como abrir caminos a una nueva forma de vida religiosa. Ella que tenía el proyecto debía ser la transmisora del espíritu distintivo de “Cháritas” desde el nacimiento de la obra; debía iniciarla y consolidarla, poniendo cimientos firmes.
A este empreño se dedicaría Madre de Dios atención máxima. Simultaneaba la orientación comunitaria con la personal. Las conferencias espirituales frecuentes marcaban el espíritu de la comunidad; pero el trato individualizado con cada persona comunicaba son más vigor el ideal propuesto. Era la Madre la primera en vivir intensamente el espíritu que trataba de inculcar. En y desde su responsabilidad de formadora ejercía su vocación de caridad. Tal una madre ante la diversidad de los propios hijos, envueltos todos en el mismo amor.
(Continuará…)