¡Ah!, dulce Madre mía, permite te contemple,
déjame que te vea de santo amor, morir,
deja que mis anhelos al mirarte yo temple
viendo cómo el amor, da fin a tu existir.
En esta hora suprema, te veo Madre amada,
que brillas como nunca con suave resplandor;
cual la luz cuando muere, tu última llamarada
es la más esplendente con celestial fulgor.
¡Qué sonrisa de paz, en tus labios florece!,
¡qué perfume de amor se siente junto a Ti!,
¡qué blancura sin par, tus rasgos embellece!,
¡qué dulzura en tus ojos, que se clavan en mí!.
¡Qué semblante apacible, sereno y recogido,
parece Madre mía, que vas sólo a dormir.
mas ya viene a buscarte aquel HIJO querido,
JESÚS, viene a llevarte al eternal vivir.
Si un alma pobrecita que está enferma de amores
siente tales transportes dentro del corazón,
¿qué serían los tuyos, bella FLOR de las flores,
al consumarse aquella beatífica unión?.
-“¿Quién es la que se eleva, apoyada en su Amado?”…
los ángeles cantaron con gozo sin igual
y ante Ti, MADRE amada, quedaron arrobados
y te aclamaron luego su REINA celestial.
Yo, me pregunto, MADRE, cómo vivir pudiste
tantos años muriendo sin llegar a morir,
cómo ardiendo en amor, MARÍA, no moriste,
cómo sin tu JESÚS, acertaste a vivir?.
¡Ah!, sí, Tú me descubres el secreto anhelado:
La Voluntad divina te pudo sostener;
y aunque de amor morías pensando en tu HIJO amado,
vivir también supiste para darle placer.
Si Tú, MADRE adorada, que eras volcán ardiente,
contuviste tu fuego viviendo por su amor,
yo pobre centellita, que arder su pecho siente,
debo vivir gustosa mientras quiera mi Amor.
Debo vivir sencilla, mientras llega el instante
de dar fin al destierro y a la Patria volar;
yo quiero MADRE mía, que mi Divino Amante
atice el fuego mío, hasta verme expirar.
Yo me gozo, MARÍA, de tu dicha inefable,
de verte rodeada de glorias y de honor.
de ver que te hacen Corte, MADRE mía admirable,
las celestes falanges, que adoran al SEÑOR.
Me gozo contemplarte por ellos rodeada,
surcando los espacios que ilumina tu luz,
y escuchando los cánticos que lanza alborozada,
esa angélica turba, que ensalza tu virtud.
Cuán bella me apareces, mi REINA toda hermosa,
que un surco luminoso vas dejando tras Ti,
Contigo se esclarece la noche tenebrosa,
y esa estela brillante, es guía para mí.
Con ella me señalas la Patria que me espera,
con ella me recuerdas que allá me esperas Tú,
con ella me iluminas en la larga carrera,
con ella me parece más ligera la cruz.
Oh hermosísima REINA, mi MADRE INMACULADA,
¡ah!, yo quiero en espíritu hasta el Cielo volar,
con ángeles y santos en la eterna morada
cantar mi regocijo al verte coronar.
Bendita REINA mía, bendita tu pureza,
que al REY de tierra y Cielo, en Ti le enamoró.
bendita tu humildad, tu graciosa belleza
que a todo un DIOS, MARÍA, recrea y recreó.
A Ti celestial Madre, en este santo día,
al celebrar tus dichas, tu gloriosa Asunción
te ofrezco por entero, querida REINA mía,
todo el ser, toda el alma, todo mi corazón.
Y pues yo en Ti me gozo y en Ti mi alma confía,
te ruego que me acojas bajo tu protección;
llévame de tu mano por tu senda ¡oh MARÍA!,
no me dejes y mírame siempre “con compasión”.
(M.María de Dios, año 1935)