Mi encuentro primero con la Madre fue (cuando) yo residía en San Segundo, nº26 donde también fue a hospedarse la Madre María de Dios, a quien no conocía de nada y eran momentos muy necesarios para mi alma que necesitaba la ayuda de la gracia de Dios. (Había perdido a su esposo, Ingeniero militar en la Guerra Civil al tomar Tolosa para la causa nacional).
En cuanto empecé a tratarla me atraía espiritualmente, pero como no la conocía, fui a pedir consejo nuestro señor Obispo, entonces D. Santos Moro, que me dijo: – «Esté tranquila, pues no se encontrará usted fácilmente con un alma así, aprovéchese». Entonces ya fue mi confianza grande y el Señor sabe fácilmente con un alma así, aprovéchese».
Entonces ya fue mi confianza grande y el Señor sabe que desde ese momento fue cuando me entregué de verdad a Él; por eso mi gratitud al Señor por el envío de ese ángel, pues eso fue para mi desde ese primer momento, es incalculable…
Alma tan llena de Dios que contagiaba sólo su mirada siempre dulce; y su sonrisa atraía hacia Dios y la Virgen. Siempre nos decía: «No olvidéis las dos principales columnas, caridad y humildad; llenaros de ese amor que nos pide Jesús e irradiarlo dese aquí, ocultamente con vuestro fervor, pero ese amor tiene que llenar las almas. ¿No veis las calderas de un barco, pues allí ocultas hacen mover ese gran vapor? Mover así con el fuego de vuestro amor todas las almas que se os acerquen. Que en esta casita sientan las almas paz y bondad. Un sacerdote D. Emereciano, recuerdo que me decía: -“Hermana cuando salgo de hablar con esta Madre voy enfervorizado”. ¡Qué grandísimo amor tenía a la Iglesia y al Santo Padre! Pienso que si el Papa conociese a fondo esta alma y la Obra Cháritas sería un grandísimo consuelo para su santidad, ¡esperemos ese día!
Yo se de una persona que hizo sufrir mucho a Nuestra Madre y jamás se lo echó en cara y al momento volvía a estar con ella con toda bondad, mansedumbre, una caridad exquisita, esta grandeza de alma siempre me admiró. Aunque tan mal he sabido imitarla, pero se atraía las almas por su alma toda llena de caridad y humildad y loa bondad que tenía siempre para todos.
Nunca dejó de trabajar y descansaba poquísimo, a veces dos o tres horas, pero tenía sumo cuidado que sus hijas tuviesen todo lo necesario de descanso y de alimento. Su preocupación porque viviésemos con suma delicadeza la caridad era enorme. Amaros mucho hijas mías, amar con locura a Jesús y María y Ellos os enseñarán.
Repito que nunca podré expresar todo lo que debo a nuestra madre y todas sentimos su ayuda y todas las cosas se las encomendamos para que se las presente a Jesús y a la Virgen. Que siempre seamos muy fieles en manos del Señor.
Hermana María del Amor Misericordioso.