Bien fácil resulta a cuantos la trataron hacer un elenco de sobresalientes virtudes en Madre María de Dios en el trato con las personas. Hay que atribuir a su permanente relación afectuosa con Dios el cortejo de expresiones de virtud radical, la caridad. ¿Qué, si no fruto de ella, eran su afabilidad, su alegría, su paciencia, su humildad, su trabajo…?
AFABILIDAD
Podría mostrarse severa, pero nunca adusta; ser clara su advertencia o su corrección, pero siempre como estímulo y no como condena. En el ejercicio de la afabilidad asomaba fácilmente ternura: en la mirada, en la sonrisa, en el gesto sobrio de la mano, en la elección de las palabras. La convivencia diaria daba ocasión permanente de siembra de cordialidad para regular las relaciones mutuas.
La enseñanza oral de la Madre, y más aún la fuerza de su actitud permanente de afable dulzura, suavizaban espontánea asperezas. Y esto no solo en la casa conventual. También personas seglares se beneficiaban de la capacidad conciliadora de Madre María de Dios con sus reflexiones y consejos ungidos de caridad.
“A través de su mirada llena de bondad se reflejaba toda la grandeza de su alma”
Las hermanas recuerdan siempre con gozo la cercanía de la fundadora, incluso en las tareas domésticas más humildes. Sus más altas ocupaciones y preocupaciones no la exceptuaban de los quehaceres menudos de cada día.
ALEGRÍA
Por dondequiera pasó -seglar, Dama Catequista, Carmelita, fundadora- , María de Dios difundió alegría. Brotaba pronta de una psicología abierta, comunicativa.
María de Dios quiso que su vida y la vida de sus hijas espirituales expresaran siempre en formas sencillas la alegría del servicio a Dios. Ella era la primera en contribuir a crear una atmósfera de serena alegría en la vida comunitaria. Como en la tradición de los carmelos teresianos, quiso ella que la recreación fuera un acto de comunidad tan importante como la salmodia en alabanza del Señor. Reír, cantar, cultivar el buen humor, bromear sin agujón para nadie, lo hacía la Madre y le agradaba que lo hicieran los demás. Para el tiempo de recreación deseaba ella que las hermanas fueran expansivas. Si alguna se mostraba habitualmente silenciosa, pronto le llegaba la advertencia cariñosa de la Madre; a veces envuelta en el gracejo de un buen humor.
HUMILDAD
No faltaron ni escasearon en la vida de María de Dios oportunidades fuertes de ejercitarse en la humildad. Supo ella entender en estas ocasiones la intervención providencial de Dios. La sensibilidad no estaba apagada, pero la voluntad sabía gobernarla y someterla.
Sus apuntes íntimos fueron escritos como expresión de su espíritu en momentos muy diferenciados de su vida, sin esperar que nadie se asomara a sus páginas para leer su contenido. Allí podía sincerarse, acusar y excusarse, explicar con nombres la clave de determinados acontecimientos dolorosos. Pero de eso nada encontramos. Y percibimos que son sinceras sus palabras indulgentes, que cubren de silencio a personas.
Nos alegra que María de Dios haya sido tan discreta en la consignación de los momentos difíciles, para que, como ella hizo, nos sintamos impelidos a bendecir a Dios, que de males sigue ayudando a sacar bienes.
TRABAJO
Muy poco, más bien nada, tuvo que ver con María de Dios la ociosidad. Siempre llenas sus horas. Supo llenarlas den plenitud. Seguramente más en los años de su función directiva de “Cháritas”. Porque la correspondía transmitir enseñanzas y orientaciones de vida religiosa, y aun de saberes humanos, le era necesario estudiar, reflexionar, traducir en formas asequibles la oferta doctrinal. También reclamaba su tiempo la atención, por trato de personas o por circulares periódicas, a los seglares participantes del “espíritu Cháritas”.
Súmense luego las horas de oración y las múltiples gestiones que el desenvolvimiento de una comunidad exige, sobre todo en su período inicial, con preocupación de obras materiales y de necesidad de sentar con solidez los fundamentos de una obra perdurable.
Todas esas responsabilidades fueron acertadamente compaginadas por esta admirable mujer con la ejecución de los trabajos domésticos de cada día, compartidos fraternalmente con los demás miembros de la comunidad.
PACIENCIA
Estuvo muy presente el dolor en la vida de esta mujer. Al acercarnos un poco al desarrollo de su existencia, hemos encontrado esta compañía constante. Al cortejo de dificultades exteriores estuvo unido el quebranto prematuro de su salud, acentuado progresivamente, hasta clavarla en la cruz del obligado reposo.
Muchas páginas d sus escritos hablan de su cruz: cruz presente, por unas u otras causas; cruz pedida para una mejor configuración con Jesús, el amado de su corazón. Cuando la cruz oprimía, María de Dios la aceptaba en silencio, incluso con gratitud, sin perderse en indagar causas o señalar responsables. No importaban las sendas utilizadas por Dios. Importaba la ocasión de hacerle nueva ofrenda de su amor.
Quienes tuvieron el privilegio de vivir con Madre María de Dios durante muchos años en la nueva familia conocieron su grande, creciente benignidad. Y no faltaron motivos frecuentes para expresar una queja, para dirigir un reproche.
CARIDAD APÓSTOLICA
Abrirse a Dios es abrirse al prójimo. Proponerse a Dios como principio y centro y fin de la propia vida, no solo no aleja de las necesidades de los hermanos, sino que pone mayor exigencia de acudir a darles remedio o alivio. María de Dios proyectaba para su familia religiosa una vida de total retiro, en servicio de oración oculta por la Iglesia.
Pero el trato con Dios había de disponerla para entender el lenguaje multiforme utilizado por Dios para manifestar su voluntad. Para ella, los acontecimientos traían siempre un mensaje divino; era preciso descifrarlo. Sin actitud de escucha, el mensaje queda perdido; a cambio de él, surgirán interpretaciones puramente humanas, juicios sobre causas inmediatas, sin percibir el significado más hondo.
Que un niño sufra quemaduras graves en su hogar mientras su madre ha tenido que acudir a un trabajo remunerado, suscita lamentos, compasión… Para María de Dios el hecho conocido tuvo la fuerza de una llamada: por ahí tuvo comienzo el proyecto de una guardería infantil para niños de las familias más pobres.
La realización y permanencia de esta obra es un desafío a la Providencia divina. Non se buscó ni admitió ayuda oficial alguna; no se aceptó nunca pago de los padres. Se confiaba en que Dios suscitaría generosidad de personas. Las suscitó y sigue suscitando. Por eso, cincuenta parvulillos tienen en la guardería un segundo hogar.
La Madre María de Dios seguía de cerca el desarrollo de esta actividad apostólica. Se interesaba por el ordenamiento de la jornada escolar, por la actitud alegre de los párvulos, por sus problemas familiares, por la alimentación proporcionada aquí cada día al mediodía y en la tarde. Le agradaba conocer anécdotas inocentes de los niños, traídas a la recreación de la comunidad por las hermanas que trabajaban en la guardería. Era constante su consejo de la máxima preocupación por atenderlos, comprenderlos y amarlos..