No temas alma mía, no temas la oscura senda de los misterios dolorosos. ¡Oh Amor mío! Tú sabes; me parece que mi temor no ha sido y no es de mi dolor, de mi personal abyección… para mí, por una parte pecadora y por otra enamorada, todo sufrimiento debe ser poco… He temido, perdóname mi débil fe, he temido se perjudicasen en mi persecución loa más caros intereses de tu gloria, mi Amor Misericordioso, mi Amor Eucaristía, esos santos intereses que son fibras vivientes de mi alma, que amo más, incomparablemente más que a mi misma; tu Reinado, Corazón de mi Jesús en las almas, en los pueblos, en todo el Universo…
Ya ves, Amor de mis amores, ¡qué ignorante, que necia soy! Y ¿quién soy yo? Tú lo has puesto en mi alma, pero todo es tuyo. Tú te bastas y si la Obra de la Redención del mundo la realizaste desde la cumbre del Calvario, ¿no me enseñas que tu pequeñita víctima, en unión a tu Sacrificio, inmolada ofrecida Contigo, mi Dios-Hostia es como mejor será pobrecito instrumento de tus designios? Sí, Jesús mío, ya voy a aprender y conmigo todas las almitas, que no hay que temer perjuicio de tus intereses, dejándose aniquilar y destruir por los acontecimientos dolorosos que Tú permites y que tus pequeñas víctimas amorosamente inmoladas de cualquier modo te glorificarán.
Amor mío, ¡qué bueno eres, que infinitamente bueno y cómo perdonas mi ignorancia! Tú que sabes mis secretas angustias… Amor mío, Misericordia mía, glorifícate en tus pequeñuelas… reina en tu amor y no permitas, no, te lo suplico, que tu María (ni) nada sea obstáculo a la gran Obra de tu gloria, de tu Amor…
Decía nuestra Teresita escribiendo a Celina “Te aseguro que le cuesta (a Ti, Jesús mío) el hacernos apurar la amargura, pero sabe que es el único medio de prepararnos a conocerle como él se conoce, a llegar a ser dioses nosotras mismas…”.
Dulce Amor mío, Tú no te complaces en vernos padecer. Tú nos creaste para la felicidad eterna, pero porque es necesario para nosotros, para morir al pecado y vivir la vida nueva, sobrenatural y divina, tú misma vida, por eso, nos envías como magnífico regalo del Amor, el dolor.
Ni para Ti, ni para María era necesarios padecimientos personales, pero el Padre os regaló con ellos para provecho nuestro y nuestro ejemplo. Para nosotros, si son necesarios, primero para nuestra purificación y propia espiritualización; luego como fuente de merecimientos; en fin para que unidos al Tesoro infinito de los tuyos, mi Jesús-Amor, sirvan para la salvación de las almas, para obtener gracias de conversión, fervor, santificación, prosperidad de la Santa Madre Iglesia y extensión de tu Divino Reinado…
¡Oh Amor mío! Amor Misericordioso, Jesús Hostia, Víctima Divina en nuestros altares, cuan grande es tu Misericordia en tus regalos de Amor crucificadores… Enséñame a agradecerte, a consumirme de amor agradecido, abrasado, ardiente, ternísimo; no es otra la misión y ocupación de tus pequeñas esposas como la de nuestra Madre Teresita… consumirnos amando, correspondiendo a tu Amor, anegadas en el oleaje de tu ternura infinita desbordada en nuestras almas.
De manera que es gran verdad lo dice San Ignacio, que todas las cosas son creadas para mi y para que me ayuden en mi fin de amarte, Amado mío, Así pues, las situaciones dolorosas, las penas de todas clases, las mil variadas cruces, son sí, regalos de tu amor, vienen de tu amor, para que mi amor los reciba y con ellos se aumente… [Continuará…]
Madre María de Dios.