En el inicio del año 1935, según la costumbre carmelitana, le correspondió como programa ser “rosa deshojada y racimo de uva”.
Así se expresa ella: “Jesús mío, tu rosa va deshojándose, o mejor, vas deshojándola… Tu racimito de uva está estrujado por tu mano divina… Lo que quieras, mi Jesús, lo que quieras, todo lo que quieras; exprime toda mi sustancia: física, moral, espiritualmente…
Soy tu rosa, tu racimo de amor, más amante cuanto más deshojada y oprimida… Con Teresita déjame decirte: `Me llenas de alegría con todo lo que haces…” o dejas hacer… Me pones la ocasión de practicar tres virtudes en grado heroico y… me sería muy fácil evadirlo; pero ¡qué traición al amor! ¡Ah! No; ven en mi ayuda, dame tu gracia para que yo busque las ocasiones como el avaro el tesoro…; sí, es un tesoro para Ti; quiero arrojarte estas flores para darte consuelo y darte almas… Sí, para eso:
Humildad inmensa…, buscando la ocasión de que me pongan (digámosle así) el pie encima… y siendo muy tonta, muy tonta, muy tonta… como si ni me enterase, ni cayese en la cuenta de nada…, como polvo… sin alarde, sin complicaciones, con una simplicidad suma, con espíritu de ángel, con Dulzura inmensa…, sin la menor amargura en el corazón, como paloma sin hiel…; con Caridad inmensa…, orando sin cesar, ofreciendo sacrificios sin cesar, abrazando con el afecto del alma sin cesar…, con pensamientos, deseos y ruegos exquisitos ante el Corazón de mi Jesús…; perdonando, olvidando, disimulando, amando con ternura bebida en el mismo Divino Corazón… La caridad me enamora…; ella es mi ensueño, que Tú, Dios mío, has infundido en mi alma. Ensueño formado con la blanquera y el fuego de la Hostia…”
La experiencia de Jesús Eucaristía en aquella lejana noche de Jueves Santo de 1925 es rememorada como punto de arranque de su llamada y de su respuesta al amor. Aquella hora de intimidad le ha quedado marcada como exigencia, a la par que posibilidad de seguir el llamamiento. Quisiera que el mismo ideal prendiera en cuantos se acercan al Maestro, como una necesidad de sintonía con quien `nos amó hasta el extremo´. Por eso no hemos de extrañar que los apuntes íntimos de la carmelita contengan páginas transidas de sentimientos de caridad.
“¡Qué dulce es tener el corazón bueno, ceder, disimular, dejar pasar, dejarse juzgar con la serenidad pacífica de la conciencia tranquila…; sonreír, amar, orar, bendecir…, todo ello oculta, calladamente, sin hacerlo notar casi ni a uno mismo, simplicísimamente, huyendo de toda nota o alarde…! ¡La caridad! Es mi locura, pero siempre callada, modesta y ocultamente; es mi encanto para el secreto del alma; vivirla en mi corazón con toda intensidad, sin clamores de trompeta… Quisiera, o mejor diré, quiero, pero con toda el alma, ser toda entera para cada una de mis Hermanas, o verme dividida en tantos pedazos idénticos como ellas son; amo sus almas con pasión, más que fraternal, maternal…; y esto que digo de mis Hermanas es poco, este amor de las almas me posee, y eso mismo lo quiero para con las almas todas…; ya no sé amar sino a las almas y por eso mi amor es tan intenso como puro, universal y libre… En cada criatura no puedo mirar lo exterior; tengo que penetrar más adentro, hasta el alma, que es la perla preciosa que amo, la que ama Jesús, su imagen bendita.” Amor-dolor: forman unidad inseparable. El amor afina la sensibilidad y agranda, por ello, la capacidad de sufrimiento. El sufrimiento brotado del amor es nueva leña que acrecienta el fuego. Es un modo martirial… de ahí que en sus escritos dejara esta frase: “Dios mío, llevo en el alma martirios de caridad… Tú me comprendes. …Verte en todas las almas, ¡qué maravilla de amor me hará producir!