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A Teresa de Lisieux, quien nuestra querida Madre María de Dios tenía gran estima, le encantaba la Navidad, ¡Una fiesta que celebraba al Divino Niño Jesús a quien amaba con todas su alma! Estas fechas traían también a su memoria su “conversión” una nochebuena de 1886, siendo ella una niña. Años más tarde, en 1895, Santa Teresita del Niño Jesús escribió este poema a petición de sor Genoveva, su hermana, que hoy queremos compartir con la esperanza que descubras dentro de ti, todo el amor que te tiene el Niño Dios.

1 Acuérdate, Jesús, de la gloria de tu Padre, del esplendor divino que dejaste en el cielo al bajar a esta tierra, al desterrarte de aquella eterna patria para rescatar a todos los pobres pecadores. Bajando a las entrañas de la Virgen María, velaste tu grandeza y tu gloria infinita. ¡Acuérdate del seno de tu madre, de tu segundo cielo!

2 Acuérdate que el día en que naciste los ángeles bajaron a la tierra y cantaron a coro: «¡Gloria, honor y poder a nuestro Dios, y paz a los hombres de buena voluntad!» Hoy sigues cumpliendo tu promesa: la paz es la riqueza de tus hijos. ¡Yo vengo a ti para gustar por siempre tu paz inefable!

3 Niño querido, yo vengo a ti y quiero quedarme para siempre en tu cuna, escondida entre tus pañales. Ahí podré cantar a coro con los ángeles y recordarte las fiestas de estos días. Jesús, acuérdate de los pastores y de los Reyes Magos, que te ofrecieron sus dones con alegría. Acuérdate también del cortejo inocente que derramó su sangre por ti.

4 Acuérdate que preferiste los dulces brazos de María, tu Madre, a tu trono de rey. Pequeño Niño mío, solo tenías la leche virginal para sostener tu vida. Jesús, tú que eres mi hermanito, invítame a ese festín de amor que tu madre te da. ¡Acuérdate de tu pequeña hermana, que te hizo palpitar!

5 Acuérdate de que llamaste «padre» al humilde José, quien supo, sin despertarte del regazo materno, arrancarte a las iras de un mortal por orden del cielo. Verbo de Dios, acuérdate de aquel misterio extraño: ¡Tú guardaste silencio e hiciste que le hablara un ángel! ¡Acuérdate del lejano destierro a la orilla del Nilo!

6 Acuérdate, Jesús, de que tus ojos de niño contemplaron en otras riberas los mismos astros de oro y la misma luna de plata que yo contemplo en el cielo. Tú sostenías el mundo y le dabas vida con la misma manita con que acariciabas a tu dulce Madre. ¡Acuérdate, mi pequeño Rey, que ya entonces pensaste en mí!

9 Acuérdate de cómo colmaste de inmensa ternura a los niños pequeños. Yo también deseo recibir tus caricias, ¡dame tus deliciosos, suaves besos! Para gozar un día de tu dulce presencia en el cielo, practicaré en la tierra las pequeñas virtudes de la infancia. ¡Acuérdate de que muchas veces dijiste que el cielo es de los niños!

12 Acuérdate, Jesús, de que, a pesar de que yo soy hija de la luz, con frecuencia me olvido de servir a mi Rey. Ten piedad de mi inmensa miseria y perdóname, por tu infinito amor. Señor, hazme una experta en las cosas del cielo, muéstrame los secretos que esconde tu evangelio. Y haz que ese libro de oro sea mi gran riqueza.

13 Acuérdate, Jesús, del poder asombroso que tu divina Madre tuvo y tiene sobre tu corazón. Acuérdate que un día cambiaste el agua clara en delicioso vino, obedeciendo a su sencilla súplica. Dígnate transformar mis mortecinas obras y a la voz de tu Madre, dales vida. Mi Jesús, ¡Acuérdate de que yo soy tu hija!

CHARITAS

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